domingo, 28 de agosto de 2016

¡AL ENEMIGO, NI AGUA!

                                      Deportividad y competitividad no son incompatibles


A diferencia de Londres, donde resultaba muy difícil encontrar una entrada, en los Juegos Olímpicos de Río hemos visto muchas gradas vacías en todas las competiciones; una lástima tratándose de esas dos semanas mágicas, las más grandes del deporte, que cada cuatro años nos proporcionan gestas tan bellas y emocionantes. Como cabía esperar, la grandeza de lo deportivo ha superado a las numerosas deficiencias que en Río se han producido, pero no por eso se debe pasar página sin más. Muchas de estas deficiencias ya han sido ampliamente señaladas. Añado otra:  que el maratón y la marcha no llegaran al estadio olímpico, sino a un despoblado sambodromo (!) que ha desmerecido el glamur de pruebas tan carismáticas. Evidentemente, la ausencia de público ha sido otra considerable falta, pero lo peor de todo, es que una parte de los asistentes no haya sabido comportarse con la deportividad que exige el espíritu olímpico y que siempre debería estar presente en las competiciones de cualquier especialidad, incluyendo ¿por qué no? el fútbol, aunque esto, de momento, sea una utopía. Los insultos y abucheos a los árbitros y los adversarios, junto a la celebración entusiasta de los errores de estos últimos, han sido borrones muy penosos incluso en deportes que se suelen caracterizar por su fair-play. “¡Al enemigo, ni agua!”. Y tanto el árbitro como el adversario, lo son.

Se alega que en los Juegos Olímpicos el público asiste a especialidades deportivas que desconoce, y que por eso no actúa como es habitual en el contexto de tales especialidades, reproduciendo lo que ha aprendido de deportes como el fútbol y otros en los que la falta de respeto se acepta con naturalidad y hasta forma parte del mobiliario. Es triste que no se aproveche la grandeza y pluralidad deportiva de los Juegos para trasladar las buenas costumbres de algunos deportes a otros que no suelen exhibirlas, y más aún, que sea el mal ejemplo de estos últimos el que inunde a los primeros. ¡Una lástima! Pero parece lógico cuando no se invierte en educar al público y son muchos los deportistas, entrenadores, directivos, medios de comunicación y otros actores implicados, que teniendo influencia a través de su ejemplo, no asumen la responsabilidad de sus actos.

Más allá de las gradas, los Juegos Olímpicos han sido seguidos por millones de personas de todo el mundo a través de los medios de comunicación, y al igual que el fútbol y otros deportes con un gran impacto mediático, habrán constituido un gran escaparate que moldeará las actitudes y comportamientos de los deportistas jóvenes, los entrenadores, dirigentes y árbitros en el deporte de base, otras personas involucradas en la actividad deportiva y, por supuesto, los padres de los deportistas y los meros espectadores. Lo que sucede en el escenario olímpico no pasa desapercibido y tiene una repercusión enorme. Ahí nacen o se fortalecen los gérmenes de hacer deporte, la manera de verlo y practicarlo, la inspiración, la motivación, la comprensión, el ejemplo a imitar… y por eso, lo asuman o no, los protagonistas del deporte y quienes lo transmiten tienen una enorme responsabilidad social que, sin embargo, en bastantes casos, ignoran. ¿Nos extraña, por ejemplo, que un padre insulte al árbitro en un partido de infantiles, cuando ha estado oyendo declaraciones de entrenadores de élite o comentarios de locutores señalando al árbitro como culpable de las derrotas? ¿Nos sorprende que un entrenador joven, en un partido de liga municipal, en lugar de centrarse en la tarea de ayudar a los chicos a mejorar, proteste al árbitro continuamente, o le acuse de robarle el partido, cuando es eso lo que ha observado en los entrenadores consagrados?

El deporte provoca emociones muy intensas que alteran nuestro comportamiento, pero los que tenemos una responsabilidad debemos ser capaces de controlar nuestras emociones para no decir o hacer cosas que constituyan malos ejemplos. Y por supuesto, deberíamos partir de una concepción del deporte que asuma la deportividad como su principal valor. Eso significa, sobre todo, el respeto a las normas, a los jueces, a los adversarios, a los compañeros y a todos los actores implicados. Si pensamos que el adversario es alguien a quien debemos odiar más que aceptar como compañero de viaje, malo. Si consideramos que cualquier cosa vale con tal de ganar, también malo. Si siempre buscamos culpables externos para justificar los resultados adversos, muy malo. Si vemos la paja en el ojo ajeno y nunca la viga en el propio, malísimo. Si hablamos de cuentas pendientes, o pensamos que existen conspiraciones ocultas para fastidiarnos… sin comentarios. Si aceptamos que insultar al árbitro o al rival es un comportamiento correcto, ¡en fin! Este tipo de actitudes favorece el comportamiento antideportivo, sobre todo en presencia de la emoción incontrolada del momento. El resultado no puede ser otro que un mal ejemplo que muchos observadores, tarde o temprano,  tenderán a imitar. “¡Al enemigo, ni agua!”.

Actuar con deportividad no es incompatible con la ambición de ganar. Un buen ejemplo en estos Juegos de Río lo ha mostrado la campeona olímpica de salto de altura, Ruth Beitia. Cuando su principal rival tenía que saltar y podía arrebatarle el oro, hizo señales al público para que no la abuchearan y ella misma acompañó la carrea con aplausos. ¡Fantástico! Como esa, en muchos deportes se han producido escenas de destacada deportividad que constituyen los buenos ejemplos. Se ha visto a grandes adversarios en la arena que sin embargo se abrazaban, se felicitaban, reconocían el esfuerzo realizado por quienes habían competido dignamente contra ellos y se identificaban con sus contrincantes porque, en definitiva, están en el mismo barco. ¡Qué ejemplo tan hermoso! La esencia del deporte en estado puro.

Junto a estos extraordinarios ejemplos, que espero calen en quienes los han observado, hemos visto a otros deportistas intentando desestabilizar al rival con gritos y gestos agresivos, o haciendo declaraciones que a diferencia de las de Ruth Beitia alabando las bondades de sus rivales, reflejan una forma de ver el deporte muy diferente: “¡todo vale!”, ¡al enemigo, ni agua!”.  Los gritos y gestos como decir ¡vamos! o cerrar el puño para celebrar una buena acción o darse ánimos son perfectamente compatibles con la deportividad siempre que se hagan hacia uno mismo y no desafiando al contrario  con agresividad. Por mucho que se justifique con supuestas cuentas pendientes o a modo de estrategia para competir mejor, me parece deplorable este tipo de comportamiento hacia el adversario que acaba de recibir un gol o perdido un punto. Por desgracia, hemos escuchado a locutores entusiasmándose con estos gestos (cuando los hacían los nuestros, claro), destacándolos como una demostración de lo competitivos que son (?) los deportistas que los realizan. ¿Es qué, entonces, Ruth Beitia, campeona del respeto a sus rivales, no es competitiva?

Las grandes audiencias que tienen los medios de comunicación exigen que quienes escriben o se ponen  frente al micrófono se den cuenta de la responsabilidad que tienen. Y lo mismo sucede con otros profesionales. Lo que más me ha entristecido en estos Juegos es que haya habido algún psicólogo que alimentado su ego por el éxito de su deportista, haya declarado que parte de su trabajo consiste en entrenar a esta para que sus gritos y gestos tengan un impacto negativo en el rendimiento de sus rivales. ¡Lamentable! ¡Qué falta de ética! ¡Y que mala imagen para los psicólogos del deporte!, cuyo cometido es entrenar/orientar a los deportistas y sus entrenadores para optimizar el rendimiento potenciando los recursos propios, pero no minimizando al rival con un comportamiento claramente antideportivo por la falta de respeto que conlleva. Por fortuna, respetando el código ético que debe presidir el trabajo de los que ayudan a los deportistas, bastantes psicólogos, desde la discreción, han realizado un excelente trabajo en estos Juegos Olímpicos, demostrando que la deportividad y trabajar eficazmente para conseguir el éxito no son incompatibles sino aliados.

Dice un refrán español que “de aquellos polvos vienen estos lodos”. Cuando asistimos al triste espectáculo que a veces ofrecen espectadores, padres, entrenadores, directivos y deportistas en el deporte no profesional, deberíamos recordar la semilla que algunos profesionales plantaron con su mal ejemplo, y del mismo modo, cuando se producen declaraciones o comportamientos desafortunados de quienes tanta influencia tienen, deberíamos ser conscientes de que, tarde o temprano, será muy probable que esa semilla produzca un efecto no deseado. Lo mejor, claro está, es que esto no ocurra y que, al contrario, fomentemos la deportividad desde la posición que cada uno tenga. ¿Se equivoca un árbitro? Es lógico. ¿No se equivocan los jugadores fallando goles o canastas fáciles? ¿Y los entrenadores y los directivos con sus decisiones? El error es parte del deporte y todos los actores yerran. ¿Lo hacen a propósito? Salvo en casos excepcionales, no. ¿Influyen los errores del árbitro en el resultado? A veces sí, para bien o para mal, ¡ojo!, pero casi nunca más que los errores cometidos por los jugadores y los entrenadores.

No es de recibo, por tanto, que entrenadores, directivos y comentaristas se dediquen a destacar los errores de los árbitro cuando nos perjudican y, sin embargo, los silencien cuando nos benefician. Y mucho menos, que vean errores contra los nuestros hasta debajo de las piedras, sobre todo si las cosas van mal. No por ser objetivo se tiene un menor apego a los colores propios, y además, en el caso de los comentaristas, su función, a mi entender, no es activar emociones de cualquier manera, sino informar y opinar con profesionalidad, no como un fan, para favorecer que sea cada escuchante quien forme su propia opinión y con libertad de o no rienda suelta a sus emociones. Evidentemente, se puede transmitir una cierta dosis de emoción, pero sin pasarse. El comentarista no es una cheerleader.

Los Juegos Olímpicos han pasado y es hora de reflexionar no solo sobre los resultados, sino también sobre los comportamientos de todos los actores que han participado y tienen una influencia social. La secuela de los Juegos no se queda en el historial del medallero, sino que alcanza mucho más allá a través de los ejemplos que los protagonistas han mostrado. Si creemos que el deporte es una gran escuela de valores, tenemos que demostrarlo, cada uno en su función, asumiendo la responsabilidad de enseñarlos.

Chema Buceta
28-8-2016

Twitter: @chemabuceta

martes, 23 de agosto de 2016

LA MEDALLA QUE POR FIN LLEGÓ





                                           En un buen equipo no hay nadie imprescindible





La medalla de plata de la selección femenina de baloncesto nos ha llenado de orgullo y enorme satisfacción no solo a quienes estamos inmersos en este deporte, sino a cientos de miles que, aunque habitualmente no lo siguen, se han enganchado a la magia de los Juegos Olímpicos y de este gran equipo. Junto al innegable atractivo del baloncesto, capaz de cautivar a cualquier alma que disfrute emocionándose, este ha sido el único deporte colectivo que ha conseguido medallas para España, por lo que el seguimiento de nuestros jugadores ha sido espectacular y la alegría inmensa. En el caso de las chicas, su ausencia en los Juegos de Londres, donde otras selecciones femeninas obtuvieron preseas, las trasladó a un segundo plano desde el que han sabido resurgir como las grandes campeonas que han sido durante más de una década, por lo que la medalla culmina una trayectoria magnífica.

En ese trayecto, la selección ha hecho grandes partidos y conseguido meritorios triunfos que podrían destacarse, pero me viene al recuerdo la segunda parte de la final del Eurobasket de Italia en 2007, donde tras ir perdiendo por 20 puntos en el descanso frente a una potentísima Rusia, en lugar de tirar la toalla, echamos el resto y estuvimos a punto de ganar. Dirigidas por Evaristo Pérez, Elisa Aguilar, Laia Palau, Amaya Valdemoro, Anna Montañana y Luci Pascua formaron el quinteto que ese día ocupó el mayor tiempo en la cancha. De ellas, Laia y Luci han sobrevivido para ser partícipes de la medalla de Río, mientras que las demás han dado paso a las nuevas generaciones. Estas, mientras la selección absoluta ganaba medallas, se fueron forjando en las selecciones de categorías inferiores, también victoriosas, el Siglo XXI, otra herencia del pasado, y los clubes que trabajaron duro, artífices de una extraordinaria labor que no debe quedar eclipsada sino acentuada por los éxitos finales.

Creo que en Barcelona-92, además de un quinto puesto sin una experiencia previa en competiciones mundiales que hasta la fecha no había sido superado, pusimos el germen de la ambición. Y de este surgieron jugadoras que querían ser estrellas, clubes que apostaron fuerte, entrenadores muy competentes y una federación española que por fin se dio cuenta de que lo de las chicas iba en serio y merecían el máximo apoyo. A partir de ahí, la selección senior se ha alimentado de excelentes jugadoras y entrenadores que han ido transmitiendo el valor de la ambición y la máxima entrega, el no conformarse y luchar hasta el final por los objetivos más altos.

En 2010, España consiguió su primera medalla (bronce) en un campeonato del mundo con José Ignacio Hernández y Susana García en el banquillo, y desde la ausencia en los Juegos de 2012, ya con Lucas Mondelo y Víctor Lapeña, la andadura de la selección ha sido excepcional: oro en 2013 y bronce en 2015 en el Eurobasket, y plata en 2014 en el mundial. Con ese espectacular bagaje, lo lógico era confirmarlo con una medalla en Río, la que por fin llegó, y el éxito de la selección se ha basado en ser capaz de responder a esa vitola de favorito; algo que no es fácil en unos Juegos Olímpicos debido a la presión añadida que siempre acompaña a estos y, más aún, cuando el objetivo es una asignatura pendiente. Prueba de esta dificultad fue el decisivo partido contra Turquía en los cuartos de final, donde ante un rival inferior, nos atenazamos y estuvimos a punto de perderlo todo.

Antes de los Juegos, se lesionó la nacionalizada Sancho Little y muchos pensaron que esa baja podía ser determinante. Sancho es una de las mejores jugadoras del mundo y desde 2010, salvo en el Eurobasket de 2015, su contribución ha sido decisiva. Pero se ha vuelto a demostrar que nadie es imprescindible en un buen equipo. Es más, esta baja ha dado una oportunidad a la joven Astou Ndour que de otra manera no habría tenido. Astou también juega como nacionalizada, pero la gran diferencia es que está afincada y se ha formado en España, en concreto en Gran Canaria con Begoña Santana y Domingo Díaz, a los que habría que hacer un gran homenaje por todas las jugadoras de élite que desde hace treinta años han sacado.

Además, Astou participa en toda la preparación del equipo, cosa que Sancho no hace, pues antepone sus compromisos con la WNBA y suele incorporarse en el último momento. No tengo nada contra Sancho, y es más, creo que hay que agradecerle lo mucho que ha ayudado al crecimiento de nuestra selección, pero me satisface más que el equipo esté integrado por jugadoras formadas en España o que echan raíces aquí, y sobre todo, que desde el primer día están en los entrenamientos y los partidos de preparación como las demás. En Río se ha demostrado que con este planteamiento también podemos estar en lo más alto, y con todos mis respetos hacia quienes deciden, sería poco razonable que tras lo visto, Astou volviera a ser segundo plato; como también lo sería en el caso de Mirotic respecto a Ibaka.
(En baloncesto, a diferencia de otros deportes, solo puede jugar un jugador nacionalizado).

Felicidades a Lucas Mondelo y todos sus colaboradores, a los directivos responsables y, por supuesto, a estas extraordinarias jugadoras que nos han hecho disfrutar tanto. Un ruego: ¡no nos detengamos! Qué la ambición por superarnos continúe y, aunque parezca difícil, ¡sigamos avanzando!


Chema Buceta
23-8-2016

(Publicado también en enCancha.com)


@chemabuceta

miércoles, 17 de agosto de 2016

¡LO HE DADO TODO!

                                                    Sin ambición, no hay resultados 




Las medallas de oro y plata, en piragüismo de Marcus Cooper (apellido de su madre que prefiere él) y en atletismo de Orlando Ortega, se añaden al exiguo bagaje de la delegación española en estos Juegos de Río. Se ha intentado vender que conseguir 17 o 18 medallas sería un éxito. Sin embargo, esas son las que logramos en los Juegos de Atlanta hace 20 años, por lo que parece que desde entonces no hemos evolucionado; y por lo que se está viendo, es probable que ni siquiera nos mantengamos. Algunos culpan a la crisis económica que en los últimos años ha restringido los recursos, y en parte puede ser causa, pero es que antes de la crisis tampoco hemos superado ese listón. ¿Son todo causas externas?

En la escasez, se argumenta que no todo son las medallas, que estas son muy difíciles, que hay que valorar los diplomas y las marcas, e incluso que lo más importante es que nuestros representantes “lo están dando todo”.  Todo esto es cierto, pero al igual que los títulos en otras competiciones, el principal baremo de los Juegos Olímpicos son las medallas. Estamos en el entorno del más alto rendimiento, no en los juegos escolares o de un campamento de verano, y los países deben preparar a sus deportistas para ganar. Después se puede ganar o no, porque así es el deporte, pero si no existen esa ambición y las correspondientes medidas para alcanzar los objetivos más altos, es lógico que los resultados sean modestos, inferiores a los de otros países de nuestro entorno que nos superan en el medallero con indiscutible claridad.

Evidentemente, no todos pueden ganar, porque los adversarios también compiten; pero ¿se ha hecho lo suficiente para que exista la posibilidad de subir al podio? Desde mucho antes, claro. A largo plazo, se debe pensar en qué deportes conviene invertir más y cómo llevar a cabo la mejor preparación de posibles futuros campeones. Y no es sólo una cuestión de cantidad, sino también de calidad. Entrenar mucho, no es suficiente, e incluso puede ser perjudicial si no se hace correctamente. Muchos jóvenes se quedan en el camino por quemarlos antes de tiempo. Otros por lesiones debidas al sobreentrenamiento. Y otros, por conformarse con metas menores. Para muchos, el objetivo puede ser llegar a competir en unos Juegos Olímpicos en lugar de prepararse para ganar una medalla. El matiz es definitivo. Si desde joven te conformas con ser campeón de España, tener una beca y poder participar en unos Juegos, ahí te quedas. Seguramente lo darás todo el día de la competición, pero ¿y antes? ¿Lo diste todo para tener opción a la medalla? ¿Y quiénes te acompañaron en el camino, tus entrenadores, los directivos? ¿lo dieron todo, o se conformaron con éxitos menores y la acreditación para poder desfilar?

Participar en los Juegos no es un regalo, sino algo que los deportistas se ganan a pulso con su sacrificio y sus actuaciones previas, por lo que estar ahí ya supone un primer éxito que nadie niega. Y como es lógico, todos los deportistas tienen sus limitaciones. Muchos que llegan tan alto como sus condiciones, experiencia y máxima entrega les permiten, por mucha ambición que tengan, no pueden alcanzar el nivel de las medallas, pero participan por sus propios méritos y merecen el máximo respeto. A estos, no obstante, se les debería exigir que sus resultados reflejen el alto rendimiento que se les supone. Sergio Fernández, por ejemplo, no ha podido alcanzar la final de los 400 metros vallas, pero en la semifinal ha batido el record de España. Es evidente que había otros corredores mejores, pero él ha llegado en las mejores condiciones y ha hecho su mejor carrera de siempre. Sin duda, se puede decir que él sí ha dado todo. ¿Es suficiente? De momento, sí, por supuesto. ¡Chapó! ¿Más adelante? Habrá que ver si quiere y puede seguir progresando para conseguir más. Ojála no se conforme y quiera y pueda aspirar a objetivos más altos.

Las instituciones responsables también deben decidir si se conforman con éxitos como los de Marcus, Orlando y Sergio o, sin olvidar a estos, ponen los medios necesarios para preparar a otros deportistas que puedan hacerlo incluso mejor. La nacionalización de Orlando Ortega ha sido una buena medida para paliar la preocupante sequía de medallas olímpicas del atletismo español (desde Atenas, 2004), y además ha ayudado a este excepcional atleta a tener la oportunidad de mejorar su vida y la de su familia, tal y como él mismo, bañado en lágrimas, reconoció y agradeció efusivamente tras la plata lograda. Es emocionante ver cómo el deporte puede ayudar a quienes lo necesitan para abrirse paso más allá de él. Pero tiene un precio, claro: la ambición, el esfuerzo ilimitado, la ausencia de excusas, agarrarse a esa tabla como el naufrago que no tiene otra y la valora como si fuera el mejor barco. ¡Admirable! Orlando ya fue finalista olímpico antes de ser español y su entrenador sigue siendo su padre, también cubano, por lo que su éxito no refleja el esfuerzo de nuestro deporte salvo por las facilidades puestas a su disposición, pero es un fantástico ejemplo de ambición que debe servir de estímulo a quienes pueden venir detrás y a las propias instituciones.

Contrastan con estos ejemplos, los malos resultados de la mayoría de nuestros atletas y otros deportistas que no han alcanzado el mínimo rendimiento que en función de su trayectoria les correspondería. Algunos (no en atletismo) se han quedado sin medallas aun siendo favoritos. Otros, siendo realistas, no tenían esa opción, pero tampoco han sido capaces de igualar las marcas que otrora lograron. ¿Razones?  En cada caso habría que analizarlas con objetividad en lugar de pasar la página. El deporte no son las matemáticas, y existen diversos factores que pueden influir en los malos resultados. El primer paso es analizarlos sin echar balones fuera. Por eso sorprenden las declaraciones de algunos que han fracasado diciendo que están muy contentos porque “lo han dado todo” y a otra cosa, mariposa.

Darlo todo no es sólo luchar el día de la competición, sino también, antes que eso, hacer todo lo posible para llegar en las mejores condiciones para rendir al máximo. Sin embargo, algunos deportistas han llegado lesionados o sin recuperarse bien de antiguas lesiones; otros compiten enfermos o por algún motivo perjudicados; otros, no se sabe; pero el caso es que su rendimiento ha decepcionado. Y seguro que los primeros que están afectados son ellos; pero entonces, no digas que estás muy contento. Reconoce que no has estado bien y apunta que tendrás que analizar las causas para hacerlo mejor más adelante. Punto. Sería una declaración responsable.

Los Juegos Olímpicos no son una competición más en la que el deportista se representa a sí mismo, a su club o a su sponsor, sino un evento muy especial, el más grande en el mundo del deporte, que justifica las ayudas públicas para que los protagonistas representen a su país en un entorno de alto rendimiento. Por eso, decir que no llegabas en buena forma, pero que te has divertido, lo has dado todo y te vas muy satisfecho, tras no haber rendido como te correspondía, refleja una gran falta de profesionalidad y también de respeto. En algunos casos, las circunstancias personales pueden justificar el bajo rendimiento, y eso también hay que valorarlo, pero en otros se debe exigir una mayor autocrítica. Con independencia de los factores externos que han podido influir en mi deficiente resultado ¿qué podría haber hecho yo, ahora y antes, que no hecho? ¿Qué puedo aprender de todo esto? ¿Cómo podría rendir mejor en ocasiones futuras? Autocrítica y ambición van muy unidas. Si uno se conforma, no hay autocrítica; y sin esta es muy difícil ambicionar y perseguir de verdad metas mayores. ¿De verdad lo he dado todo?

Chema Buceta
17-8-2016

Twitter: @chemabuceta

sábado, 13 de agosto de 2016

LECCIONES OLÍMPICAS

                                      La perfección exige disciplina y tolerancia a la frustración



Llegan las medallas para España (de momento, menos de las previstas) gracias a Mireia Belomonte (2) Maialen Chorrout, Lydia Valentín y la pareja Rafa Nadal/Marc López que han sido capaces de responder a su condición de favoritos sin permitir que la “obligación” les pudiera.  La presión estaba ahí, pero controlando su motivación y sus emociones han podido evitar sus devastadores efectos. Otros no lo han logrado, y su rendimiento ha sido peor de lo esperado. Ayer, en la primera jornada del atletismo, tuvimos varios ejemplos, destacando el de Miguel Ángel López, campeón del mundo en los 20 kilómetros marcha y máximo aspirante al oro, que finalizó undécimo y en ningún momento de la carrera estuvo cerca de las medallas. “No sé qué ha pasado… iba muy forzado…hoy no era yo…”. Antes de la carrera había dicho que la condición de favorito más que presionarle le motivaba. Quizá no pudo controlar esa “motivación” y la sobreactivación lo agarrotó. Otro gran campeón devorado por la grandeza de los Juegos; y van…

Los Juegos encumbran a quienes son capaces de rendir en un entorno especialmente motivante y estresante, sobre todo si son favoritos, como es el caso de los españoles mencionados, los nadadores Phelps y Ledecky y los gimnastas Uchimura y Biles, entre otros. El japonés Kohei Uchimura y la estadounidense Simone Biles han dominado las competiciones mundiales de gimnasia artística en los últimos años, y aquí, consiguiendo el oro en el concurso general, han respondido satisfactoriamente a las altísimas expectativas que había. Gracias a ellos y sus admirables adversarios, también a muy alto nivel, hemos podido disfrutar de la belleza incomparable de la gimnasia y recordar algunas lecciones que proporciona este espectacular deporte.

Una de ellas es la búsqueda de la excelencia. El que se conforma, no avanza. No basta con hacerlo simplemente bien; cada uno a su nivel, hay que superarse siempre. Si crees que porque eres el campeón del mundo ya no tienes que mejorar más, estás “muerto”.  ¡Y qué decir de los que están detrás! Otras son la disciplina y la constancia en el esfuerzo. Es evidente que solo siendo muy disciplinados y muy constantes se puede conseguir esa perfección. Horas y más horas, meses y meses, años de trabajo duro superando la pereza y otras adversidades, hasta dominar cada movimiento en los distintos aparatos y ser capaces de hilvanar ejercicios tan precisos y con tanto riesgo. Proyectos a largo plazo que exigen una elevada motivación e inversión personal durante el trayecto. No valen las medias tintas ni las excusas. O se implica uno de verdad o no hay manera.  

La tercera, la que más admiro, es la tolerancia a la frustración. El gimnasta desarrolla la habilidad de aceptar los errores, no dejarse avasallar por ellos y levantarse rápido. Primero en los entrenamientos, hasta conseguir objetivos de tan alta dificultad. Después, en las competiciones. Tras haber preparado un gran ejercicio, un pequeño error les hace caer de la viga de equilibrio o la barra fija, y aun sabiendo que eso suele suponer no alcanzar el resultado deseado, se reincorporan con celeridad, sin un mal gesto, y continúan el ejercicio como si nada. ¡Verdaderamente fascinante! Parece evidente que la procesión irá por dentro, pero en general no permiten que eso les afecte; se vuelven a subir al aparato y no tiran la toalla. ¡Qué capacidad de autocontrol emocional! Para quitarse el sombrero.

Después, cuando la competición termina, los adversarios se abrazan. Son capaces de ponerse en el lugar del otro y manifestarse recíprocamente admiración y respeto. Imágenes bellas que muestran la compatibilidad de la competitividad y las buenas maneras, del darlo todo para ganar con la deportividad. Por suerte, en los Juegos lo vemos en muchos deportes. Sin ir más lejos, hay que aplaudir el comportamiento ejemplar del boxeador español Samuel Carmona. Salió al ring con una sonrisa, transmitiendo energía positiva a cuantos le observaban, y saludó a su adversario como si fuera un compañero. Después, exhibió la agresividad que su deporte exige, dio y encajó golpes, luchó hasta el límite para ganar. Finalmente, tras un excelente combate de ambos, fue derrotado, y su primera acción, recuperando esa sonrisa con la que había entrado, fue levantar en brazos a su rival para homenajearlo.

Sé que a muchos no les gusta el boxeo, pero como otros deportes de combate, al menos a nivel olímpico, suele ofrecer grandes ejemplos de nobleza y deportividad. La cara contraria pudimos verla en el partido de waterpolo femenino entre España y Hungría, con jugadoras de los dos equipos sacándole el puño con agresividad a la portera contraria cuando le marcaban gol, gesto soez y de lo más antideportivo que al menos en una ocasión, hecho por las españolas, fue aplaudido por los comentaristas de televisión (!!!).

Muchos deportistas no olímpicos, sobre todo los mas jóvenes, y asimismo sus entrenadores que en muchos casos también son jóvenes, se fijan en los comportamientos de los que están arriba, y por eso los Juegos Olímpicos y otras grandes citas deben servir para transmitir buenos ejemplos de búsqueda de la excelencia, disciplina, constancia, tolerancia a la frustración, autocontrol emocional y deportividad que no son incompatibles con el alto rendimiento para ganar. Ejemplos que pueden servir a cualquier persona, deportista o no, que en cualquier ámbito de su vida pretenda avanzar.
 

Chema Buceta
13-8-20

Twitter: @chemabuceta

miércoles, 10 de agosto de 2016

VENDER LA PIEL DEL OSO...

                                                 Expectativas altas que no se cumplen






La jornada del martes en los Juegos de Río no ha sido afortunada para  algunos deportistas españoles con expectativas muy altas. Ander Elosegui en piragüismo, aspirante a medalla, quedó octavo tras haber firmado el segundo mejor tiempo en las semifinales, la selección masculina de baloncesto volvió a perder contra todo pronóstico, la de waterpolo femenino, subcampeona en Londres, también cayó derrotada, y en tenis quedaron eliminados Carla Suárez, David Ferrer y Garbiñe Muguruza, los dos últimos claros favoritos en sus respectivos partidos. Así se unen a los que en jornadas anteriores siguieron el mismo camino, entre ellos dos campeones del mundo. Que los medios de comunicación y el interés de los patrocinadores vendan la piel del oso antes de que los deportistas lo cacen, genera una presión añadida que probablemente, en algunos casos como estos, está haciendo bastante mella.

De todos estos deportistas, lo que menos me sorprende es la contundente derrota de Garbiñe Muguruza  (1-6, 1-6)  frente a Mónica Puig, 34 del ranking. Finalista en Wimbledon en 2015, ganadora de Roland Garros hace algo más de dos meses  y en los primeros lugares del ranking mundial, Muguruza acompaña sus indiscutibles éxitos con grandes fracasos cuando más se espera de ella. Tal y como ha sucedido aquí, sus eliminaciones a cargo de jugadoras mucho peor clasificadas que ella son bastante frecuentes, y suelen coincidir con momentos en los que se la ensalza en exceso y se da por hecho que conseguirá algo importante. Si el viento sopla a favor, puede ganar a cualquiera; pero si el partido se pone mal, es incapaz de reaccionar.

Tampoco parece beneficiarle que se intente situarla al nivel de Nadal. Este ha tenido una continuidad en el éxito de los más grandes de la que Garbiñe, de momento, está a años luz. Resulta obvio el interés de sus patrocinadores y los medios de comunicación en que una chica de buena presencia que juega muy bien al tenis sea una estrella mediática, pero vender la piel del oso cuando ella no parece preparada mentalmente para asumir la exigente carga de los grandes campeones, puede arruinar una prometedora carrera.

La continuidad en el éxito requiere desarrollar una gran fortaleza mental para ser capaz de afrontar retos de alta dificultad en un entorno estresante. En el deporte y otros ámbitos, es importante no conformarse y tener la ambición de conseguir más, de llegar aún más lejos, de enfrentarse a nuevos desafíos que sean realistas como si fueran el primero; y a partir de ahí, prepararse con humildad, dedicación y calidad para superar los propios límites y ampliar las posibilidades de rendimiento.

Al mismo tiempo, resulta clave centrarse en lo que depende de uno y no dejarse influir por el halago y las expectativas de los demás, evitando sentirse obligado a cazar el oso que otros hayan vendido. Tampoco hay que distraerse con los asuntos extradeportivos más allá de lo razonable, teniendo claro que la prioridad es el deporte y no lo que lo acompaña, pues incluso en los casos en los que esto último suponga más ingresos, el deportista no debe olvidar que estos se difuminarán en cuanto los resultados deportivos dejen de ser buenos.

Asimismo, el verdadero campeón debe aprender a remar contra corriente, con el viento en contra; es decir, a luchar y superarse cuando las cosas no salen como se había previsto y uno no se siente cómodo. También, a levantarse cuando fracasa, ya que el fracaso es parte del juego y debe aprovecharse constructivamente para seguir creciendo. Es en la adversidad dónde hay que demostrar la fortaleza mental de un campeón, y es ahí, precisamente, dónde muchos vencedores ocasionales naufragan. También lo vemos en otros ámbitos. ¿Somos capaces de remar con el viento en contra, o tiramos fácilmente la toalla?


Chema Buceta
10-7-2016

Twitter: @chemabuceta
 

lunes, 8 de agosto de 2016

PSICOLOGÍA DESDE LOS JUEGOS DE RÍO

                                             La precisión exige calma y concentración



Han comenzado los Juegos Olímpicos de Río y desde el primer momento suceden cosas interesantes que nos permiten reflexionar. Una de ellas, son los resultados adversos de algunos favoritos, como los tenistas Djokovic y en dobles las hermanas Williams, la española Fátima Gálvez en tiro al plato, la selección española masculina de baloncesto o la selección de fútbol de Brasil, esta última sin marcar un solo gol en los dos primeros partidos ante rivales de la envergadura de Sudáfrica e Irak. Anticipé en el artículo anterior que los Juegos son algo especial, y el estrés que genera la “obligación” de conseguir medallas suele pasar factura a algunos de los elegidos. Puede haber otras causas, entre ellas el rendimiento de los rivales, pero la  presión que afecta a los favoritos puede tener un peso significativo.

Con independencia de los resultados, en estas primeras jornadas también ha sido interesante observar, entre otros, a los tiradores del arco, la pistola y el rifle, especialidades apenas conocidas que en los Juegos adquieren la notoriedad que sus protagonistas merecen. En estas competiciones la precisión es clave, y el resultado final suele depender de diferencias muy pequeñas. Si en el último tiro de una competición muy igualada, sacas un 9 y tu rival un 10, o rompes un plato menos, quedas eliminado. 

La exigencia es máxima, y para rendir a un nivel muy alto es imprescindible controlar la activación que pueden provocar la trascendencia de la situación, la trayectoria del marcador y la emoción que transmite el entorno (incluyendo espectadores, técnicos y compañeros), además de las expectativas propias. El nivel de activación es un continuo de activación fisiológica y mental que se extiende desde un estado de extrema calma y relajación hasta otro de máxima alerta, tensión y excitación. Entre los dos extremos, que podrían representarse mediante números del 1 al 10, existen distintos niveles, y el nivel de activación óptimo es aquel en cuya presencia es más probable el rendimiento más alto en una determinada tarea. Por debajo (exceso de relación) o por encima (exceso de excitación) de dicho nivel, el rendimiento suele ser peor.  

En la activación influyen la motivación, el estrés y en general cualquier emoción. Mediante la autoobservación y el entrenamiento guiados por un psicólogo del deporte, cada deportista puede detectar qué influye en su propia activación, cuál es su nivel de activación óptimo para cada una de las tareas deportivas en las que debe rendir y qué puede hacer para situarse y mantenerse en ese nivel. Se trata de un traje a medida que permite optimizar las posibilidades de rendimiento.

El exigente grado de precisión del tiro con arco, pistola o rifle, requiere que estos deportistas se sitúen en un nivel de activación óptimo que en general sea bajo, y eso supone una gran dificultad en el contexto tan estresante de los Juegos Olímpicos. Lógicamente, los que están ahí son deportistas de élite que han tenido que desarrollar esta habilidad, fundamental para lograr sus objetivos. Viéndolos por la televisión justo antes de tirar, te das cuenta del alto grado tranquilidad y concentración que muestran, mentalmente aislados del bullicio que los rodea y de pensamientos propios ajenos a la ejecución de sus disparos. Probablemente, habrán estado nerviosos o muy motivados en las horas previas, pero su preparación habrá incluido estrategias para estar en su nivel de activación óptimo al inicio de la prueba y ser capaces de mantenerlo durante todo el evento, recuperándolo rápidamente si por algún motivo lo perdieran.

Estos ejemplos sirven para acentuar la importancia de situarse en el nivel de activación óptimo cuando se trata de rendir a alto nivel en la tarea que lo requiera; y no solo en el deporte, sino en cualquier faceta, ya sea en el trabajo o la vida personal. ¿Cuántas veces hemos funcionado peor de lo que podríamos por no haber sido capaces de conseguir la tranquilidad y concentración de estos tiradores de arco, pistola o rifle? ¿O al contrario, por no haber estado lo suficientemente activados, quizá por falta de motivación? Los deportistas necesitan desarrollar habilidades para autorregular su motivación y sus emociones y así poder estar en su nivel de activación óptimo, más bajo o más alto en función de la tarea en la que deban rendir (de alta precisión, de alto esfuerzo físico, etc.), y aumentar así sus posibilidades de éxito. Y lo mismo cualquier otra persona que desee optimizar su rendimiento en la tarea que sea, especialmente en las situaciones más críticas o que más importan, para que no suceda como a esos deportistas favoritos cuyas expectativas se han esfumado, quizá, por no haber sido capaces de dominar y poner en práctica una habilidad tan decisiva cuando llega el momento de la verdad.

Chema Buceta
8-8-2016

Twitter: @chemabuceta